La marcha de Brendan Rodgers del Liverpool parecía la mejor solución para una unión que cada vez se miraba menos a los ojos. El técnico irlandés se encontraba en una espiral sin salida interior en la cual no encontraba ni solución ni camino para convencer en el club que ha pasado las últimas 4 temporadas de que él podía cambiar las cosas. Un desánimo que le iba conquistan a él y a la plantilla, una plantilla que tenía ideas pero no estructura, que tenía individualidades pero no conjunto. Un puzzle que se volvía a quedar a medio hacer con las piezas aún por el suelo.
Pero en ese puzzle a medio hacer Brendan Rodgers llegó a conseguir dar forma a las cosas. Consiguió juntar piezas que hicieron que en algunos momentos las cosas tuvieran cierto sentido. Un sentido que siempre tuvo un corto/medio plazo y no quedó patente para lo que podía venir después.